Los aficionados veteranos del fantástico en España siempre hemos mirado con cierta envidia esas convenciones que se celebran fuera, especialmente en los países anglosajones, suspirando por algo similar. No es que no podamos quejar de Hispacones o reuniones anuales de distintas asociaciones, que proliferan con un entusiasmo fuera de toda duda… pero durante mucho tiempo hemos sentido que nos faltaba algo, que todavía existía a un hueco por llenar. La sensación de marginalidad del fantástico en este país cuna de Don Quijote no se ha superado todavía ni siquiera gracias a los grandes nombres de la literatura juvenil o a quienes juegan en terreno híbrido, en ese slipstream que “tranquiliza” las mentes de los que prefieren leer sobre “futuros distópicos” y no sobre “ciencia ficción”.
Diatribas aparte, hace un par de años nació en la localidad asturiana de Avilés un festival con la intención, tímida al principio, de llenar precisamente ese hueco y reivindicar la presencia del género a nivel global: Celsius 232, nombre escogido para homenajear a Bradbury, quien nos enseñó a qué temperatura no debemos calentar nunca nuestros libros si no queremos verlos arder. Su deseo era el de aunar la presencia de escritores nacionales, a los que en el fondo nunca nos cansamos de ver, con la de otros nombres de prestigio internacional. Decimos que comenzó tímidamente, pero eso no significa que estuviera exento de ambición: si hacemos un poco de arqueología nos encontramos con estas palabras de una de las responsables del primer encuentro en las que manifestaba abiertamente, ya en aquellos primeros pasos, su deseo de que Celsius 232 fuera “el primer encuentro del fantástico en Europa”. Experiencia no faltaba a aquel recién nacido comité organizador, está claro, después de venir del otro gran encuentro en español, la Semana Negra de Gijón; ni tampoco reclamo para los aficionados con el ínclito George R.R. Martin presente entre otras decenas de invitados.
El premio Minotauro, la Asturcon… no fueron pocos los atractivos de aquella edición ya lejana en el tiempo que presagiaban que no iba a ser flor de un día. Y efectivamente, la semilla plantada dio su fruto… y menudo fruto. De repente, sin apenas habernos dado cuenta, estamos ante un árbol ya crecido, robusto, que no tiene pinta de mermar. En 2014, apenas un par de años después, nos encontramos con un festival consolidado capaz de atraer a autores de auténtico peso actual y de convertirse en una cita de la que resulta difícil leer nada negativo en Internet. Y es que, quizás a causa del tradicional “maltrato” que mencionábamos al principio, parece que el aficionado a la literatura fantástica es infatigable en su entusiasmo. Capaz de desplazarse a una pequeña localidad de apenas 8000 habitantes y de hacer colas en pos de una firma que no deberían envidiar a las de cualquier autor que acumula pilas de libros en el centro comercial de turno.
Y sobre todo, tremendamente agradecido de poder sumergirse durante unos días (en esta ocasión del 30 de julio al 2 de agosto) en un microcosmos donde creadores y lectores campan a sus anchas; donde, además, otras parcelas del “submundo” fantástico (videojuegos, exhibiciones de esgrima…) se muestran sin tapujos como aderezo. Donde, por una vez, no hay necesidad de esconderse o de pedir permiso para asomarse entre las filas de “lo comercial”. Las mejores esencias se venden en frascos pequeños, nos han dicho muy a menudo, y el Celsius 232 es una muestra evidente de ello. No necesitamos convenciones multitudinarias, nada de grandilocuencia o fanfarria; sólo esta cercanía, esta espontaneidad capaz de fructificar en el deseo de nuevas obras que leer, nuevos mundos que explorar.
Hay tantas crónicas de primera mano que nosotros no vamos a repetir todo lo que ya se ha comentado: os recomendamos que no dejéis de echar un ojo a las siempre interesantes palabras de Tim Powers o Brandon Sanderson, o de asistir al pulso entre este último, Joe Abercrombie y Patrick Rothfuss por defender a su personaje del fantástico favorito, entre otros muchos temas. La mesa redonda que reunió a estos tres autores, sin duda el punto fuerte del festival (no les llamaban “los tres tenores” en vano), es un acontecimiento irrepetible; una evidencia abrumadora de cómo el Celsius 232 no tiene ya nada que envidiar a ningún otro evento del sector fuera de nuestras fronteras. Y las anécdotas divertidas no dejaron de suceder: la más sonada, las tribulaciones del pobre Abercrombie para llegar desde Santa Fe (EE.UU.) hasta Avilés, con retrasos de vuelos, pérdidas de maletas y demás. El bueno de Rothfuss asumió el panel que Abercrombie tenía asignado y al que no pudo llegar: en lugar de asimilarlo a su propio panel, que tenía lugar a continuación, lo dedicó como estaba mandado a hablar de la obra de aquél. Pocas veces, por no decir ninguna, hemos visto un detalle tan curioso y loable de camaradería entre autores… y que dio lugar a otro de los grandes momentos que mejor no os contamos directamente. Preferimos que lo veáis en este vídeo.
No era raro, aseguran los asistentes, estar caminando tranquilamente por los stands o los puestos de venta y cruzarse con algún autor, como un aficionado más; o encontrárselo leyendo o cerveceando en algún bar. Si algo deseamos para el futuro del Celsius 232 no es que cuente cada año con nombres de mayor calado (tampoco nos vamos a quejar de eso, ¿eh?): lo realmente importante, desde nuestro punto de vista, será que sepan mantener el espíritu. Ese ambiente familiar y directo capaz de fomentar el intercambio de momentos y pareceres, sin barreras, entre autor y lector. El sueño de cualquier aficionado, en pocas palabras.
Tenemos una sorpresa para concluir… y es que Carlinga también estuvo allí mostrando sus cartas junto a otras editoriales. Nuestro José Luis Carrasco presentó en el festival Alfas y Omega, así que nadie mejor que él para que nos cuente cómo fue la experiencia; os dejamos aquí abajo con sus palabras (y recordad que si queréis saber algo más de la novela tenemos su crítica y un adelanto en nuestra web).
El festival Celsius 232 participa de una cualidad no exclusiva pero sí muy propia de las tierras asturianas donde se celebra: su inmensa, sincera y despreocupada hospitalidad. Igual que se comparten los vasos de sidra en un chigre o un llagar, se pueden recorrer los puestos de este evento y charlar con los libreros o decir hola a un escritor que se refresca en una terraza. Las diferencias entre todos son muy escasas, y los protocolos, los justos. Cuando un festival sucede al aire libre, es gratuito y se emplaza en el casco viejo de una ciudad tan bella como Avilés, estas cosas pasan. Y tiene otra gran ventaja que guardo para luego.
Muy puntuales, mi compañera de presentación, Ana Díaz, y yo, nos sentamos en la mesa de la carpa de eventos. Era el primer día del Celsius. Un rato antes Cristina Macía presentaba el festival. Un rato después hablaría Jesús Palacios. Fuimos desplegando micrófonos, botellas de agua, un atril para sostener la portada impresa de Alfas y Omegas y unos marcapáginas que había imprimido para la ocasión. Al fin pude mirar al frente mientras Ana me presentaba, y me di cuenta de que casi todos los asientos estaban ocupados, y no solo por el pequeño grupo de familia y amigos que me acompañaban.
Esa era la otra gran ventaja que me quedaba por decir. El público del Celsius 232 no es casual. Pasean por el recinto, hacen fotos, y tomarán una cerveza o dos en algún bar de la zona, pero sobre todo vienen, a veces de muy lejos, a ojear los puestos y comprar libros, porque realmente les gusta la literatura. Tanto como para escuchar a un desconocido como yo. Entonces empecé a sentirme nervioso, pero no por miedo a hablar en público o a cometer un error, sino porque me sentía en deuda con aquella gente que con tanta generosidad había decidido sentarse ahí y escucharnos a Ana y a mí hablar de Alfas y Omegas, de libros de fantasía, de “El secreto de la pirámide”, de Philip K. Dick, de humor y terror y muchas otras cosas, sin saber nada de antemano. Sólo por el puro placer, o la curiosidad, de descubrir algo nuevo.
Me han dicho que la charla salió bien. A mí me pareció que me quedaron muchos temas en el tintero, pero suele decirse que es mejor marcharse de la fiesta antes de tiempo para quedarte con ganas de repetir. Al terminar algunos asistentes se acercaron a la mesa y se marcharon con un marcapáginas de recuerdo. Saludé a una autora y unas editoras que habían estado presentes y el fotógrafo del festival me retrató con la portada del libro. No recuerdo mucho más, salvo una sensación que aún me dura, de gratitud para todos los que pasaron esa media hora con Ana y conmigo, hablando de lo que más nos gusta.
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