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Diez años de literatura fantástica en Dos Hermanas

Con discreción pero infatigable, Dos Hermanas nos regala cada año una nueva edición de su Encuentro de Literatura Fantástica. Un evento que se ha convertido ya en en peregrinaje obligado de los aficionados de la provincia, y como si de una novela río se tratara, en relato de muchos de sus participantes. Las caras conocidas que acudieran solas en años anteriores ahora llevan a uno, o dos, de sus hijos. Los jóvenes que escucharon extasiados a sus escritores favoritos, cuando apenas nacía en su mente el germen de una historia, ahora presentan y firman sus propios libros. Las generaciones confluyen, pero a todos los presentes les une un mismo anhelo: el de cruzar ese umbral hacia Fantasía, que en esta ocasión fue precisamente el tema escogido para el cartel.

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Leticia Morgado. Ganadora del Cartel del ELF2H 2015.

El Encuentro, que celebraba nada menos que su décima edición, se dividió esta vez en sábado y domingo: el primer día dedicado a ponencias y el segundo a presentaciones de libros. El plato fuerte lo tuvimos nada más empezar, con una charla inaugural de Ian Watson, primer escritor foráneo que acude al evento. El autor de Empotrados abrió con “Di ‘amigo’ y entra”, frase más que conocida por cualquiera que haya leído la obra de Tolkien,  y centró la charla en una de las preguntas más interesantes que decía haber recibido en una entrevista reciente: si su entorno familiar le había servido de acicate para leer y dedicarse a la literatura.  Esto dio pie a un montón de anécdotas, historias sobre parientes lejanos un tanto excéntricos, que su familia había ido ocultando por “vergüenza” con el paso de las décadas y que le aportaron material para dar sus primeros pasos como escritor de ficción. No dejó de referirse, eso sí, a otras preguntas más alocadas, para deleite de la audiencia. Sí, parece que algunos periodistas se cuestionan seriamente si los aficionados a la ciencia ficción “tienen un cerebro distinto” al del resto de lectores…  En cuanto a su actividad actual, reveló que escribe sobre todo relatos, mucho más asequibles para él hoy en día. Quienes no tuvieran suficiente conocimiento del inglés pudieron contar con la traducción simultánea a cargo de Cristina Macía, traductora y esposa de Watson.

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Cristina Macía y Ian Watson.

A continuación se trató uno de los temas que más suelen preocupar a los escritores, y no solo a los noveles: la construcción de mundos. Se sentaron a la mesa para hablar de ello los autores María Zaragoza, Luis Manuel Ruiz y Juan Cuadra. La moderadora fue Concha Perea, quien introdujo la charla comentando que, efectivamente, solía ser una de las preguntas más repetidas en sus talleres de escritura. ¿Cómo se configura un mundo fantástico? ¿Es necesario especificar todos los detalles, ser extremadamente preciso para que no quede ningún punto oscuro en la lógica interna? ¿Cómo identificar y cortar de raíz aquello que no provee de interés a la historia?

Se aportaron muchos puntos interesantes, de gente joven pero con suficiente recorrido como para identificarse con una audiencia en el mismo rango de edad. Fue realmente interesante, por ejemplo, escuchar a Juan Cuadra referirse a los juegos de rol como auxilio del escritor a la hora de construir mundos, o a la cultura pop en general. Además, aun sin ser uno de los temas centrales de la mesa, surgió de manera espontánea la siempre enconada defensa de la fantasía como género y como forma de vida. El proceso de rechazarla por el que pasan muchas personas, dijo Cuadra, es “una imposición externa”. “Convivimos con nuestras fantasías de manera cotidiana”, apostilló Zaragoza. Ruiz añadió que “lo artificial es el realismo, el retrato de época”, que tantas veces el canon educativo y académico pretende hacer pasar por normativo y exclusivo.

Con respecto a la creación de los mundos en sí, Zaragoza recordó que “no hay que perder el asidero”: los referentes reales como inspiración pueden ser muy necesarios a cierto nivel. Ruiz hizo hincapié en que nuestro propio mundo es una reconstrucción y sigue creándose día a día, gracias a descubrimientos científicos, innovaciones, reinterpretaciones. El escenario debe surgir de la historia y de los personajes, y es importante no caer en un exceso de datos o información que puedan lastrar la historia (Cristina Macía, entre el público, apuntó que este problema narrativo incluso tiene un nombre ya en inglés, infobum. Algo así como “suburbios de información”).

También hubo un momento para hablar de los personajes. Ruiz apuntó algo muy interesante: que la fantasía heroica, como tal, partió de un momento histórico en la que el héroe era necesario. La sensación de que hoy en día no quedan más que gigantes con pies de barro, acentuada por el 11-S, ha provocado que se estén escribiendo otro tipo de personajes de género. “Personajes más intermedios en su moralidad”, añadió a esto Cuadra. “Se ha ganado perspectivismo”, y por supuesto fue inevitable que apareciera el nombre de George R.R. Martin y su muy característica manera de tratar los puntos de vista en Canción de Hielo y Fuego.

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María Zaragoza, Juan Cuadra, Luis Manuel Ruiz y Concha Perea.

Después de darnos un paseo por esos mundos construidos, cambiamos a un plano mucho más mundano, el de la traducción. Un tema que no había sido tocado en el Encuentro en todos estos años, y que tuvo un enfoque muy práctico, perfecto para que todo aquel que estuviera planteándose entrar en la profesión supiera cómo funciona por dentro.  No en vano se sentaron a la mesa, llamada “¡Al ataque, traductores!”, dos veteranos como Rafael Marín, escritor y traductor, y de nuevo Cristina Macía, traductora responsable, entre otros muchos trabajos, de la versión en español de Canción de Hielo y Fuego. La tercera integrante fue Marian Womack, escritora, traductora y cofundadora de la editorial Nevsky. Más joven que sus compañeros, pero que sin duda hizo unas aportaciones de lo más interesante desde esta triple perspectiva. Fue ella quien dio, nada más empezar, una estupenda definición de lo que debe ser un traductor: “un espiritista”. Alguien que traslade las palabras desde un idioma de origen que a veces parece, desde luego, otra dimensión. En su caso, añadió, siempre se sintió muy identificada con esta idea, especialmente al principio, “cuando solo traducía a autores muertos”.

Se habló mucho de los límites que debe ponerse el traductor y hasta dónde han de llegar sus licencias. Todos coincidieron en que lo mejor es optar por la transparencia; debe ser una figura invisible, que no empañe la lectura ni se proyecte en exceso en el resultado final. A pesar de todo, siempre se hace necesario retocar, y aquí surgieron mil y una anécdotas, sobre todo de parte de Marín: desde pequeñas erratas relacionadas con el tiempo histórico de una novela hasta barbaridades a la hora de retratar una ciudad tan cercana a él como Cádiz. En tales casos, no queda más remedio que tratar de “remendar” lo que se pueda. La clave, según Macía, es “no violar nunca el pacto entre autor y lector; no sacar a este de la novela por tratar de clarificar un dato”.

Salió a colación, y no precisamente bien parada, una figura cercana tanto al traductor como al escritor, la del corrector de estilo. En muchos casos, opinaron los integrantes de la mesa, una persona sin la suficiente preparación puede estropear una traducción bien hecha. Womack, desde el lado editorial, corroboró que han tenido experiencias con correctores que han estropeado un texto, pero que su política es la de revisar siempre su trabajo. “Hay que ver el producto final como un todo”, apuntó Macía en este sentido, intentando aliviar un poco el “cisma”. No faltó, ya al final de la charla, la inevitable pregunta: ¿recomendarían a los demás dedicarse a la traducción? ¿Se puede vivir de ello? Las perspectivas no fueron demasiado halagüeñas, especialmente en lo referente a lo económico: la literaria, coincidieron todos, es la peor pagada de entre todas las áreas del mundo de la traducción. A pesar de las palabras de desaliento, y de que incluso Macía dijera que es “muy difícil vivir de la profesión”, seguro que muchos de los asistentes salieron con ganas de enfrentarse a esa labor de demiurgo. ¡Al menos, seguro que se gana en anécdotas!

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Marian Womack, Cristina Macía y Rafael Marín.

Tras el receso de la comida, vino el turno de la exposición que pareció más desligada del resto: la que llevó a cabo la asociación Nakama no Otaku para presentar el mundo del manga y el anime. Incluso la audiencia cambió notablemente, puesto que se sumó muchísima gente joven que no había estado presente en las anteriores conferencias. El gran problema fue una estructura y elección de temas demasiado pensada como introducción general al cómic japonés sin insistir especialmente en el género fantástico. Siendo tan amplia como es, y de tanto peso en el manga, se echaron en falta mayores referencias a series con esta temática, al tratamiento narrativo o las características culturales que distinguen a la fantasía japonesa de la europea… aspectos que habrían resultado mucho más acordes al tono del evento. En todo caso, fue una charla muy animada y con importante participación del público, en la que se ofrecieron muchas recomendaciones. Al finalizar, se sorteó entre los asistentes un ejemplar de cada libro de la saga de Canción de Hielo y Fuego aparecidos hasta ahora.

La última mesa redonda del sábado tuvo el evocador título de “Érase una vez un cuento”. Nada más adecuado para despedir la jornada. Los ponentes fueron Diego Magdaleno, el profesor de la UPO Raúl Sánchez Alarcos y Manuel Moyano, especializados todos en esta forma narrativa como académicos, escritores o, en el caso de Magdaleno, como cuentacuentos. Las preguntas siguieron un esquema mucho más “canónico”, pero aun así, sin ser demasiado complejas, dieron lugar a intervenciones muy interesantes. Por ejemplo, la sorprendente respuesta de Magdaleno a la primera de ellas, cómo definir un cuento: se trata, nos dijo, de “una relación afectiva entre al menos dos seres humanos”.  Algo que después desgranó hablando de su función educativa y social, antes de que las familias y las sociedades quedasen redistribuidas por la Revolución Industrial y la nueva organización del trabajo. Con respecto al posible carácter infantil, hubo unanimidad al considerar que esa división entre los cuentos para niños y los de adultos es algo contemporáneo, y por supuesto salieron a colación las versiones de relatos populares pre-Disney, incluso pre-Charles Perrault, mucho más descarnadas y sangrientas de lo que conocemos. En el momento en que el cuento popular pasa a registrarse por escrito aparece el sesgo, la censura de ciertos temas y la introducción de determinados mensajes o doctrinas. Se coloca ese “corsé antinatural”, como llamó Moyano al “político-correctismo”.

Hay muchos elementos asociados hoy en día al cuento, a veces casi de manera indisoluble, como es el de la ilustración. Lo realmente interesante del cuento tradicional, dijo Magdaleno, es que “deja a la imaginación los detalles escabrosos”; por tanto, no siempre es positivo ilustrarlos o mostrar todo en esa clase de ediciones. El rescate de los cuentos como parte de las nuevas tendencias audiovisuales, actualizándolos y adaptándolos para servir a determinados mensajes modernos, también se trató ampliamente. Y por supuesto, esa imagen a veces difundida por los medios de comunicación del supuesto sexismo de los cuentos tradicionales. Como cuentacuentos, Magdaleno refirió su experiencia: durante mucho tiempo se negó a utilizarlos en sus sesiones, hasta que se dio cuenta de que su propia hija, espontáneamente, demostraba mayor afinidad por este tipo de historias que por las modernas, con roles, en teoría, mucho más adaptados a los tiempos actuales. Al final todo es cuestión de entender la perspectiva y el momento en que fueron concebidos los cuentos, y sobre todo de confiar en que los niños son capaces de separar las acciones y quedarse con el mensaje más allá de los arquetipos.

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Raúl Sánchez-Alarcos, Manuel Moyano y Diego Magdaleno.

Aunque la jornada del sábado concluyera de manera oficial con esta charla (y también el Encuentro para nosotros; el domingo lo pasamos en casita), la actividad continuó bullendo durante un buen rato en los pasillos y zonas aledañas, incluso en la calle, entre los aficionados. Y es que tampoco nos podemos olvidar de la vida que se desarrolló fuera de la sala de conferencias: en los puestos de las librerías, lugar de encuentro espontáneo de escritores y lectores; durante las firmas, en los stands de artesanía… Un buen número de voces entusiastas y diferentes que seguro que vuelven a asomarse el próximo año a este pequeño oasis de fantasía, en el que se respira el cariño y que sigue tan en forma como el primer día.

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