Acabo de terminar Heredero del invierno, aún tengo el libro abierto, y creo que he salido de él como quien sale de un reencuentro con viejos amigos. Cada libro tiene su voz, su mensaje. Unos te educan, otros te movilizan. Con unos puedes jugar (hola, Perec), con otros solo indignarte (perdona, Thomas Bernhard, no volveré a leerte). Heredero del invierno está hecho de otro material. Si lo lees en tu juventud, te enamorarás de él. Si lo haces de mayor, recordarás por qué te cautivaron este tipo de novelas. En cierta manera, recuperarás el tiempo perdido.
En esta pequeña gran odisea acompañamos a Llyra, ladrona de poca monta, pero de gran corazón, en plena crisis existencial, a través de cuyos ojos contemplamos el viaje iniciático del otro protagonista -un tipo de modales hoscos y origen difuso, apodado, con mucho acierto, La Sombra- desde los centros urbanos a lo profundo de la naturaleza, y de ahí a la zona cero de su identidad. Una pareja reunida casi por azar y que logra una química chispeante mientras se ven envueltos en un atractivo (y peligroso) crisol telúrico, donde se jugarán mucho más que sus propias vidas.
Lo sorprendente de la obra de Mariela González es que consigue muchas cosas en muy poco espacio. Heredero del invierno es una historia increíblemente compacta: un universo entero, el del mundo de Ran, pincelado en trescientas páginas.
Su trama y su trasfondo se entrelazan sin dar un respiro, pero también sin sensación de prisa. Mariela nos deleita con los detalles de las razas de animales o árboles que pueblan un bosque o el sabor de una infusión, mientras uno se pregunta cómo consigue hilarlo todo sin apenas flashbacks ni recursos abigarrados.
En efecto, nuestra autora busca (y encuentra) la revelación en las sensaciones, con un sentido de la contemplación casi zen: el murmullo de las hojas de los árboles con el viento, el calor de una manta o la manera en que un caballo come la hierba. Mientras que los personajes de Tolkien y George RR Martin jamás pillan un resfriado o sienten agujetas en las piernas, aquí las experiencias del día a día de nuestros héroes encuentran su justo acomodo. El contraste de lo cotidiano y la épica produce un efecto creíble y curiosamente familiar.
El arco de los personajes participa de esa revelación. En Heredero del invierno, las relaciones con la naturaleza son tan importantes como las de los hombres entre sí, incluso diríamos que complementarias. El elogio de la redención y la fraternidad que es este libro parece requerir el concurso de todas las razas y ecosistemas para su funcionamiento interno, igual que Sir Gawain necesitaba de la luz del sol para obtener sus fuerzas.
Pero Mariela González es una buena narradora y no ha dejado esos elementos a la vista. Se encuentran escondidos, como todo buen tesoro, bajo una red de intrigas y persecuciones, de encuentros y desencuentros, de misterios y de magia, de combates y emociones fuertes. Y sorteándolos como mejor pueden, una ladrona y un hombre-sombra tratando de sobrevivir y de conocerse a sí mismos.
[box type=”download” style=”rounded”]Capítulo de muestra de Heredero del invierno.[/box]