La felicidad en el mundo binario: El fin de los sueños, de Campbell y Cotrina

Los escritores que publican libros a cuatro manos son una especie rara en nuestro país. Miro mis estanterías: ahí están los hermanos Strugatsky, artífices de joyas como Qué difícil es ser Dios, o el relato que dio origen a Stalker, una de mis películas de cabecera. O los autores de la mota en el ojo de Dios, Larry Niven y Jerry Pournelle. También Philip K. Dick, que al final de su carrera escribió Dies Irae junto a Roger Zelazny. No recuerdo casos parecidos en nuestro país, aunque seguro que lo hay. En todo caso ningun ha llegado a mi biblioteca hasta que Gabriella Campbell y José Antonio Cotrina presentaron en el festival Celsius 232 El fin de los sueños.

Gabriella Campbell ha publicado dos libros de poemas. Cotrina es una de las grandes voces de la fantasía juvenil de aquí y de fuera, y su talento e imaginación volverían a J.K. Rowling verde de envidia. Ignoro si Campbell habrá aportado su experiencia poética al aire onírico y sugerente de esta novela, o si Cotrina se habrá encargado de esos personajes inseguros, huérfanos y pequeñitos que tan bien se le han dado en obras como la excelente trilogía de El ciclo de la luna roja. Sí se que han logrado una obra formidable, original y bien armada.

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El Fin de los Sueños

“El fin de los sueños” habla de un estado que sobrevive a un apocalipsis digital. La sociedad parece conformada según las reglas de los protocolos informáticos, en una revisión moderna de las distopías del cyberpunk. Ahora los niños programan desde la cuna, y sus vidas parecen codificadas con la misma uniformidad de los unos y ceros con que regulan sus ciclos de descanso.

En una curiosa vuelta de tuerca que el propio Dick hubiera aplaudido, los personajes de “El fin de los sueños” duermen en breves períodos y sueñan con historias diseñadas de antemano. Algunos lo llevan bien, otros se resignan, los más infelices se vuelven adictos a esa confección a medida de las fantasías. Los ciudadanos pueden dedicar el resto del tiempo a otras cosas, yo intuyo que a trabajar o a perderse en placeres de consumo donde no haga falta usar la imaginación, en una especie de giro cruel y extremo del capitalismo.

“Levántate y piensa”, parecen decirnos Campbell y Cotrina según pasamos las páginas, “o al menos, levántate e imagina, y disfruta de la vida”. Sus personajes pugnan por encontrar algo real y natural en su universo ceniciento. Algo que escape de los semáforos y guardas de tráfico que ordenan su existencia en una trama de blancos y negros.

Muchos llevan en su nombre la marca de la tragedia. El joven Ismael lo comparte con el protagonista de Moby Dick. Isaac, su padre, me hace pensar en la brutal anécdota bíblica del sacrificio paternal. Aparte de la madre de Anna sólo conozco otra Cordelia, la de la épica tragedia familiar de Shakespeare, El Rey Lear. Terribles referencias, aunque todas ellas guardan el germen de la lucha, de la revolución en su onomástica.

Y de revoluciones va El fin de los sueños, una historia que parece llegar a nuestro país en el momento adecuado. Son grandes palabras: tragedia, revolución, alienación. Pero Campbell y Cotrina saben que lo que nos mueve son los pequeños detalles, y que en el fondo las personas solo ansiamos redención, paz y amor.

Al contrario que en muchas películas y libros de vistosos efectos especiales, los dos autores cambian los fuegos artificiales por esa belleza de los pequeños detalles. Hacía mucho tiempo que un simple beso no se arropaba de tanto significado y disparaba el deseo de aventura, de conocimiento.

Y es que la misteriosa dama en apuros que llama al rescate a los modernos caballeros que protagonizan el libro remueve todo un magma subconsciente, tanto de los chicos como de nosotros, lectores atrapados por su candor. Parece claro que se trata de la víctima de una poderosa entidad, pero también resulta extraña cuando se aparece, maleable, dúctil, como una respuesta a los sueños más profundos de cada uno.

Difícil no pensar en las teorías platónicas y el mito de la caverna. El ideal platónico dibujado en un sueño de píxeles y escrito en código informático. Cuando recuerdo a la misteriosa niña, siempre tarareo mentalmente aquella canción de los Pixies:

Is she weird,

is she white,

is she promised to the night?

And her head has no room…

El fin de los sueños se puede ver como una emocionante y algo siniestra revisión del cuento de la Cenicienta, pero también es mucho más. Y después de su intenso clímax, los autores, que ya habrán satisfecho nuestro deseo de acción, volverán a regalarnos otros pequeños detalles que hablan de cómo construimos nuestra felicidad más allá del mundo binario.

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