Una especie de locura colectiva se apodera cada año de los escritores, noveles y no tanto, durante el mes de noviembre. El reto que propone el NaNoWriMo (siglas en inglés de National Novel Writing Month) parece inalcanzable cuando se piensa en él por primera vez: escribir una novela de 50.000 palabras en nada menos que un mes. A bote pronto, hablamos de unas 175 páginas en 30 días en los que el mundo no tiene la consideración de detenerse para nosotros. Así que hay que seguir trabajando, estudiando, haciendo la comida, limpiando de vez en cuando… y al mismo tiempo darle a las teclas frenéticamente. Sin dejar de idear, pero al mismo tiempo sin detenerse. Con prisa Y sin pausa. Lo que decimos, una locura. Y sin embargo, cada vez son más las personas que se dejan envolver por ella. Algo debe de tener, está claro.
Son muchos los motivos por los que uno puede lanzarse al NaNoWriMo, tantos como los que nos impulsan a escribir. En mi caso llevaba registrada en la web desde 2013, pero no ha sido hasta este año que he encontrado la disposición mental y la determinación para asumir el reto. Una novela que llevaba enquistada en mi cabeza desde hace cinco años fue el detonante; ya era hora de prestarle atención. Y quizás el NaNoWriMo, con esa invitación a la constancia que tantas veces supone una odisea, fuera el mejor punto de partida para desatascarla. Lo habitual no es esto, sin embargo, sino crear historias ex profeso, adaptadas a la ocasión y a las premisas tácitas que hay que aceptar durante ese mes: que la improvisación y la escritura automática deberán primar sobre la planificación y la corrección. Dos aspectos fundamentales a los que prácticamente ningún escritor se atreve a toser: ¿quién va a confesar que escribe sin planificar, aunque sea de manera mínima? ¿Y que sigue adelante sin leer, releer, revisar y corregir esas comas malditas que se colaron en un momento de poca lucidez? Impensable.
Sin embargo, se puede aprender muchísimo tan sólo con quitar de en medio estas dos barreras. Por supuesto, cada uno enfoca el NaNoWriMo a su manera, y no supone “trampa” alguna traer ya esquemas, estructuras y planificación de la trama preparados de antemano. Pero, si se entiende el programa desde la forma en que fue concebido, hay que ceder al valor formativo que supone dejar la historia fluir sin más. Lanzarse sin red a un vacío en el que tan sólo podemos aferrarnos a los trapecios que hemos dejado colocados donde mejor nos parecía. Algunos los agarraremos, otros ni los veremos pasar. De pronto aparecerán nuevos asideros, plataformas que nos permitirán tomar impulso. Tal vez aterricemos de pie, al final, el 30 de noviembre. O quizás lo hagamos de rodillas, rodando, partiéndonos la nariz contra el duro suelo.
Todo es válido y ninguna de estas opciones supone un fracaso. Improvisar es un don maravilloso para cualquier creador, pero voy más allá: es una herramienta indispensable para la vida. Estamos condicionados socialmente por la falacia de la seguridad; se nos señala a los modelos triunfadores que lo tienen todo medido, que cristalizan su esfuerzo en una rutina bien medida, estructurada a la perfección, sin fisuras. Se nos urge a prepararnos de manera férrea para un mundo que, bien lo sabemos, no juega con la misma baraja. Por supuesto que es importante saber planificar, pero la otra cara de la moneda, actuar desde el instinto, no supone un fracaso o una falta de madurez, sino todo lo contrario. Podría mencionar al ying y el yan para terminar, como metáfora obvia, pero seguro que la idea ya ha quedado clara.
Más complejo, al menos para mí, resultó el tema de no revisar. Cada día, al abrir el manuscrito en el que mi novela iba avanzando por su camino con alegría y despreocupación, los nubarrones grises de lo escrito el día anterior me miraban con desaprobación. “¿De verdad no vas a echarnos siquiera una miradita? ¿Ni un poco?”. Difícil resistirse, por no decir imposible. La absoluta necesidad de tener que releer lo escrito me llevó a sacar tiempo de debajo de las piedras para escribir; aunque al menos, en mi caso, soy capaz de leer bastante rápido, por lo que una cosa compensó la otra. Pero el asunto es no ceder a la tentación. Nuevamente, podemos extrapolarlo a nuestra vida cotidiana como ejercicio de reflexión. Vivimos siendo constantemente futuros, que dijo Nietzsche, pero al mismo tiempo nos empeñamos en dejar una parte de nuestro ser en los errores del pasado. Es saludable y necesario ser conscientes de las consecuencias de nuestros actos; sin embargo, sabemos bien que no está en nuestra naturaleza quedarnos en ese punto, sino torturarnos despiadadamente con proyecciones y condicionales. Con mundos alternativos en los que tomamos un camino diferente; en los que supimos sortear esa situación vergonzosa con elegancia y buen hacer, en vez de tropezar y dejar la cicatriz para siempre. Lo que debería servir como aprendizaje termina convirtiéndose en obsesión malsana. Cierto, esto que planteo es una perspectiva más catastrófica que la de revisar una historia, pero no deja de tener cierta relación. El condicionante temporal del NaNoWriMo nos enseña a no dedicar a los que hemos dejado atrás más que el necesario vistazo, a priorizar y saber discriminar entre el error que necesita ser corregido y el que debe quedar relegado a un segundo plano. Y, sobre todo, a enfocar nuestro esfuerzo y optimizar el tiempo que tenemos por delante. Lo realmente importante es el futuro: cualquier vistazo atrás que no sirva para construirlo y mejorarlo no tiene sentido.
Participar en el NaNoWriMo tiene una serie de beneficios mucho más claros y orientados directamente al oficio de escribir, por supuesto. El universo que se genera en torno a los participantes durante ese mes es sorprendente y vasto. Desde el hecho de compartir en redes sociales y blogs los avances hasta quedadas físicas y virtuales, escritura online en directo, foros, ¡duelos de palabras! Todo un corpus social que no es más que el signo de los tiempos, y en el que sí que puede ser mucho más difícil entrar si no tenemos suficientes horas libres al día. Más allá de los elementos normativos del NaNoWriMo que nos “fuerzan” a crecer como escritores, o al menos a experimentar nuevas facetas y retos, el componente de comunidad también ayuda notablemente. El sino del escritor suele ser encontrarse solo con sus pensamientos, en lid con las palabras, pero por suerte Internet lleva muchos años ofreciendo un desahogo. Una balsa que tomar para quienes necesiten visitar de tanto en tanto otras islas y aprender de sus costumbres.
A un nivel más “instrumental”, mi experiencia con el NaNoWriMo me ha servido para descubrir una herramienta maravillosa, Scrivener. Una especie de Excalibur a la que mi faceta de “escritora artesanal” mirada con cierto recelo desde hace tiempo, y que ha demostrado ser extraordinariamente versátil para todo tipo de creadores. Hablar en profundidad de este procesador de textos daría para todo un artículo (y se lo merece sin duda), pero no puedo dejar de recomendarlo con la fuerza de mil soles. La posibilidad de dividir el manuscrito en distintos documentos, bien organizados en cada una de sus carpetas, y tenerlos siempre a la vista resulta mucho más cómodo y útil de lo que pensaba en un primer momento, especialmente a la hora de consultar detalles de capítulos anteriores, hacer correcciones… Contar con un bloc de notas dentro de la misma herramienta también ha sido todo un salvavidas, así como el apartado destinado a la investigación, en el que podemos recopilar todos nuestros documentos (aunque en este punto terminé por pasarme a Trello, mi fiel compañero para la vida). Podemos, asimismo, guardar nuestra configuración y estructura de documentos como una plantilla y reutilizarla en el futuro. Y por supuesto, nos permite respirar tranquilos gracias a sus opciones de copia de seguridad. Un vistazo rápido en Google muestra la popularidad de Scrivener y la gran cantidad de campos a los que se adapta: tenemos consejos y tutoriales para emplearlo en la redacción de textos periodísticos, tesis doctorales, trabajos científicos… Y para hacerse una idea de la utilidad de las plantillas, en este enlace hay varias gratuitas, adaptadas a diferentes técnicas de escritura.
Si los hados son propicios, no dudaré en volver a sumarme a la locura colectiva del NaNoWriMo el año que viene, y por supuesto lo recomiendo a los indecisos que estén leyendo esto. Tenéis once meses por delante para concienciaros y prepararos. Ese monstruo de 50.000 colmillos no es tan fiero como lo pintan.
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