Y por fin el gran y apoteosico final de la trova del mago con ballesta, orgullosa obra de Álvaro Aparicio, está disponible de forma gratuita y sin censura para cualquier incauto lector, y solo tenéis que seguir leyendo.
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TROVA DEL MAGO CON BALLESTA (in the forest)
IV
EL EXTRAÑO CASO DEL MAGO QUE NO LANZA MAGIA NI AHÍ LO MATEN
Mil orcos pacíficos gruñían
frente a la brumosa cascada fría.
Ejticulodati, animoso, avanzó por el pasillo,
percatándose de que no tenía ni un virote.
Al goblin Cacerolo observó con amorcillo,
y por la cascada algo verde emergió cual pegote.
—Aunque hayáis venido buscando otra paliza, os daré la oportunidad de salir con menos bajas que la última vez. ¿Veis bien a mi primo Cacerolo? —les preguntó sacudiendo al goblin por el cogote desde la parte interior de la cascada—. Sí, amigos, es verde y enano. ¿Sabéis por qué? Por lo mismo que tiene los ojos rojos: porque es más malo que la lepra. Si lo suelto, no me hago responsable de lo que aquí ocurra. Lo juro ante Dios y la Virgen, que me importa un rábano si esta noche acabáis todos con una minusvalía del 65%. —Un orco del fondo empezó a aplaudir creyendo que asistía a un espectáculo de guiñoles—. La crueldad de su pasado lo ha vuelto peligroso, y se remonta a la Ucrania Soviética… Hablo de Prypiat, panda de colgados, Chernóbil, donde actualmente los mutantes vagan libres por la Zona. Cacerolo, que es muy aquerenciado, decidió permanecer incluso cuando se compuso la canción del verano con detectores Geiger-Müller. —El aludido se giró, pero la cortina de agua le impedía verle el rostro al mago, que se reía por lo bajo—. Pero si queréis saber más, es el terror de los espías. No ha dejado cápsula de cianuro por morder. También ha pactado con el demonio, pero la descripción del día que firmó la hipoteca la dejaremos para otro momento. Lo que ahora importa es que despejéis la salida, que nos atufáis la cueva. Eso, o suelto a mi primo y estreno barra libre de malaria.
Los orcos guardaron silencio, rumiando la intención del mensaje.
—Pero si hemos venido a por él —dijo uno del montón.
—¿Ah, sí? —preguntó el mago apunto de arrojar el goblin a la muchedumbre.
—Pues claro, tu primo es capaz de concederle un deseo a cualquiera —respondió otro.
Cacerolo fue absorbido por la cascada. Ejticulodati se lo puso a la altura de la cara.
—¿Concedes deseos?
—Pozí.
El mago se lo acercó hasta que el empapado goblin comenzó a bizquear.
—¿Y no te das asco pagándome tu rescate con una sillita de los chinos? Por no hablar del conato de emponzoñamiento con esa cena infame. ¿Qué pretendías? ¿Meterte en el tráfico de órganos a mi costa? Hubieras matado a todos tus clientes, tarugo. Tengo tantas enfermedades de burdel reescribiendo mi código genético que los resfriados aumentan mi masa muscular.
—El que avisa no es traidor —se defendió el goblin—. Yo lo dejé caer como al pasar. Y de emponzoñamiento nada, que era un plato gnómico.
—¿Fardas de cocinar recetas gnómicas? No tienes cara tú ni nada —murmuró con infinito desprecio.
—¿Qué? Yo sólo pasé un gnomo por la túrmix.
La voz de un orco cuya enorme silueta se adivinaba a través de la cascada interrumpió la discusión.
—Soy Retuercevértebras, sosegado líder de la tribu de los Orcos Pacíficos, y vengo a parlamentar. ¡Os exhorto a salir!… Cuidado con esa hormiga —se le oyó decirle a uno de sus escoltas.
El mago, soltando a Cacerolo, emitió una risotada de indignación.
—Anda, éste. Por qué no te mojas tú, listo.
Dos musculosos orcos de importante envergadura abrieron las aguas con los escudos antepuestos a guisa de techo, permitiendo que el contacto visual no se frustrase por una mera formalidad protocolar.
Retuercevértebras apareció en medio, señalando al goblin.
—Su culo me pertenece.
—Espera, espera —intervino Ejticulodati con expresión aturullada—. No es por desviar el eje de la conversación, pero hay algo que me ronda por la cabeza desde hace rato… Vosotros sois todos tíos, ¿no? Quiero decir, no tenéis mujeres o niños, ¿verdad? Pregunto porque hace menos de veinticuatro horas arrasé vuestro campamento, virote va virote viene, y —agitó las manos contrariado— no querría tener el cargo de conciencia de haberle disparado a… Bueno, tú me entiendes.
—Somos todos tíos —aseveró Retuercevértebras lacónico—. Puedes quedarte tranquilo, que sólo has matado a mi abuelo, a mi padre y a la mitad de mis hermanos.
—Uf, qué descanso… —disimuló el mago—. Y ahora qué tal si os piráis, que hacéis unas pintas aquí con los escudos parando la cascada que a ver si jodéis algún arroyo por desviar el agua.
Retuercevértebras dio un paso hacia adelante con talante malicioso.
—Sabemos que no te quedan virotes —advirtió.
—No hay huevos de demostrarlo —desafió el mago apuntándole con la ballesta.
—Hemos encontrado el cadáver del ogro amigo del bosque. Si sumamos los disparos que efectuaste en nuestro campamento y los añadimos a los que tenía el ogro en la cara, no existe carcaj que aguante ni un virote más. Además, llevas la ballesta descargada.
Ejticulodati cogió a Cacerolo por un bracito y lo alzó como un talismán de poder.
—¡Aún tengo un deseo…, y podría ser un virote!
—Y nosotros somos diez veces cien. —Retuercevértebras aclaró por si acaso—: O sea, mil.
El mago gritó de frustración.
—Entonces no me dejáis elección. —Miró al goblin—. Cacerolo, deseo un hacha de batalla.
El goblin emitió un sonoro resoplido.
—Venga, hombre, que podría darte el poder de cambiar el mundo, de empalmar dimensiones, de congelar el tiempo, elevar volcanes, alisar valles, de crear bosques y vaciar océanos, de…
—Un hacha —repitió el mago ante el cauteloso avance de Retuercevértebras—. Sólo necesito un hacha de batalla. Rápido.
—Intento explicarte que a través de mí tendrías acceso a la biblioteca arcana de los hechizos infinitos, con la cual serías tan inconmensurablemente poderoso que no encontrarías oposición en quinientas eras divinas, por no mencionar que…
—Cacerolo, deja de tocar los huevos y dame un hacha de batalla —susurró el mago con los dientes apretados.
—Yo es que no entiendo ese empeño en pedir chuminadas, fíjate que…
Ejticulodati estampó al goblin contra el suelo y hasta sus manos rebotó un hacha de batalla generada por materialización espontánea. Un pálido Retuercevértebras lo señaló con gesto tembloroso.
—Va armado —musitó descubriéndose en el reflejo del acero del arma—. Ahora es invencible.
Ejticulo comenzó a caminar hacia ellos, blandiendo el hacha y descansándola en el hombro derecho en cuanto acusó las limitaciones de su artrosis.
—A ver la parejita de fornidos de la cascada, que parecéis sacados de una sauna gay, bajad los sobacos y que corra el aire.
Los subordinados de Retuercevértebras vacilaron, pero su líder los exhortó a la impavidez.
—Va en serio —afirmó el mago sosteniéndole la mirada a Retuercevértebras—, dile a Máximum Macho y Apolo Trans que guarden los escudos. La deliberación ha terminado.
—Yo también tengo un arma —objetó Retuercevértebras con la cabeza gacha—. Podría retarte a duelo.
—Se te ve el plumero, grandote. No podrías retar ni a mi abuela. —El mago entornó los párpados—. Fuera de aquí o se lía la marimorena.
Retuercevértebras comenzó a hiperventilar y a mirar alternativamente a sus guardaespaldas.
—No —dijo mohíno.
El mago se arrojó cual toro de lidia y Retuercevértebras y sus esbirros retrocedieron restaurando la libre circulación del agua por delante de la cueva. Ejticulodati, ciego por el impulso de cortar a la mitad a quienes reclamaban al pequeño Cacerolo, atravesó el líquido elemental brotando ante la mirada alelada de una legión de orcos. Desaforado por el disgusto de mojarse, la emprendió a hachazos con los que tenía más a mano, provocando la inmediata retirada de los concurrentes. A los cinco minutos, no quedó nadie de la hoy extinta —por sobradas razones— tribu de los Orcos Pacíficos. Una vez más, con posturita de dignidad majestuosa, Ejticulodati había triunfado sobre quienes por alguna estúpida exigencia filosófica no podían defenderse. Cacerolo, viendo seguro el perímetro de la pradera, se aproximó con aire de groupie y le abrazó las pantorrillas.
—No te pongas mimoso que te devuelvo a la alcantarilla… —Pero entonces miró al goblin con renovado interés—. ¿Cómo va eso de conceder deseos? ¿Es a cualquiera?… ¿A cualquiera que suelte la pasta, por ejemplo?
—Sí, a cualquiera, ¿no es la bomba?
—Y es un deseo por persona —repasó el mago.
—Uno, efectivamente —dijo Cacerolo en tono grave—. La ambición de las personas es tan grande, que si en vez de uno fueran…
—Le van a dar por culo al reino y a las setas —concluyó el mago introduciendo el goblin en el morral—. Tu existencia ha sido concebida para imprimir dinero, colega. ¡Nos vamos al callejón de las Putas!
—¡Amo, gracias por enseñarme mundo, pero qué sitio tan malsonante es ese! —exclamó el goblin desde lo profundo—. ¿Es bonito como el bosque?
—Siempre te quedará la opción de cerrar los ojos e imaginártelo como te salga del rabo mientras te hinchas a conceder deseos. Por cierto, ¿cuánto vives?
—¿Te preocupa el inesperado arribo de mi senectud y mi posterior fallecimiento?
—Qué va, es para ir haciendo cálculos…
Mago y goblin abandonaron la pradera sin mirar atrás. Pocos días después, la ciudad se llenó de magia e ilusión, registrándose la aparición de palacios donde antes había chozos de mala muerte, de princesas y efebos llamados igual que la escoria analfabeta que componía la distracción del enemigo en el lado exterior de las murallas, y de caballos que ladraban, gallinas que rebuznaban, cajas de ahorro que no organizaban concursos literarios para desgravarse a Hacienda y otros deseos estúpidamente desperdiciados.
—¿No son sorprendentes los paralelismos entre la fantasía y la realidad? —reflexionó Ejticulodati—. Es que ni hecho aposta, Cacerolo… —Suspiró, deshaciéndose de aquel rapto filosófico—. Arreando, que es gerundio.
—Que viene del gerundium latino.
—Uy, éste, ahora va de culto… Limítate a extender los penes que yo te diga, ¿vale?, que de eso va ser un currante en esta vida.
FIN
Álvaro Aparicio
Volver a la Tercera Parte.
Esperamos que os hayan gustado las aventuras de Ejticulodati tanto como a nosotros. Ahora, y por último, os vamos a pedir que nos dejéis vuestra opinión, lo que os ha parecido y que parte os ha gustado más.
Muchas gracias de antemano 😉
Magnífico final, aunque si pudiese pedir un deseo pediría más aventuras de Ejtuculodati jejeje
Para mi lo mejor son los apuntes de magia, a ver si hace uno de los mítico “detectar magia” y “caida de pluma” 😉
Ha sido un placer ilustrar este relato, me lo he pasado pipa con las gamberradas del gran Ejticulo y su fiel, (e incauto), Cacerolo. No me puedo creer que se haya acabado ya… ¡¡Queremos más de este mago sin magia y sin vergüenza!! 😛
Muchas gracias a ti, tus ilustraciones son geniales.